El Aro de Plástico.
Nos encontramos en el corredor una tarde que llovía. El patio estaba lleno de pequeñas lagunas a las que él llamaba “cochas de mierda”. Su overol azul me intrigaba, puesto que el frío mordía bajo las tres capas de abrigo que yo llevaba encima. Un profesor puede vestirse como le da la gana, aunque casi siempre esas ganas sean las mismas en casi todo el mundo; camisa, sweater, chaqueta. Angus, por su lado, no llevaba más que una camisetilla y un overol azul, a pesar que llovía tan fuerte que las gotas iban de abajo hacia arriba. Tiene la cabeza rapada, los ojos verdes y la piel dorada a causa de la vitamina E que recibe todos los fines de semana cuando juega básquetbol en “Zoolanda”. A los treinta y dos años conservaba intacta la estructura ósea de un atleta consagrado a laburar en la bodega del instituto donde yo fui su compañero. Me saludó sin despegar los ojos del matero. En Ecuador es muy poco conocido todavía. Le comenté sin que me lo pida, que era una especie de té argentino, que