El último de los Comienzos
I Cuando las lágrimas se evaporaron de la almohada, el café estaba listo. Al mirar al cielo recordó épocas convulsas donde la sal fluía en un torrente de protestas contra la injusticia a los perros de la calle, épocas en las que el corazón se quebrantó con la inclemencia del vendaval que el destino arrastra siempre tras de sí, épocas en las que el sueño la cobijaba desde las cinco de la tarde hasta la vera de un nuevo amanecer. El aroma a café le arrancó de las cuevas de la memoria en las que se había sumergido a buscar un momento feliz para sobrellevar la muerte de Hüan, pero, en su lugar había descubierto otro momento todavía más triste. Con sus muñecas secó el remanente del corazón. Bajó de la cama y caminó al espejo. Por el calor que hace en San Antonio de Pichincha, las mejillas estaban pintadas con el color de la rosa en primavera; y tenía un aire a ninfa ubérrima. “Lúthien Tinúviel”, se dijo, mientras guiñaba un ojo y colocaba los labios como un pez. Buscó en el buró de la cómo