La Economía del Odio - Jorge Santtori
Luego de una semana repleta de descubrimientos ominosos, el hombre se detuvo frente a la puerta de su nueva casa, y dijo: Me importa un pepino la sexualidad de los demás y me importan aún menos los que tratan de convencerme que para ser un buen artista debo ser, necesariamente, un degenerado. En ese mismo instante, Helena Cardenal, abrió la computadora con la intención de escribirle una carta de amor a Roberto, sin embargo, el sonido de las llaves la emocionó de sobre manera y en lugar de iniciar con la panacea para los males de la rutina, se levantó de la mesa del comedor y le besó el cuello, la boca y las mejillas. “Ya sé lo que pasó”, dijo con una sonrisa firme, “son unos hijos de puta”, concluyó mientras sus cabezas se juntaron de memoria en un abrazo necesario. -¿Deseas un cafecito o mejor te sirvo la merienda? -Un café nomás, mi vida. -Ya está hecho, y, aunque no te guste, te lo tomas, no mentira, me dices tranquilamente si está feo. -Nada es feo si se hace con amor. Ven, aco