La Economía del Odio - Jorge Santtori





Luego de una semana repleta de descubrimientos ominosos, el hombre se detuvo frente a la puerta de su nueva casa, y dijo: Me importa un pepino la sexualidad de los demás y me importan aún menos los que tratan de convencerme que para ser un buen artista debo ser, necesariamente, un degenerado. 

En ese mismo instante, Helena Cardenal, abrió la computadora con la intención de escribirle una carta de amor a Roberto, sin embargo, el sonido de las llaves la emocionó de sobre manera y en lugar de iniciar con la panacea para los males de la rutina, se levantó de la mesa del comedor y le besó el cuello, la boca y las mejillas. “Ya sé lo que pasó”, dijo con una sonrisa firme, “son unos hijos de puta”, concluyó mientras sus cabezas se juntaron de memoria en un abrazo necesario. 

-¿Deseas un cafecito o mejor te sirvo la merienda?

-Un café nomás, mi vida. 

-Ya está hecho, y, aunque no te guste, te lo tomas, no mentira, me dices tranquilamente si está feo. 

-Nada es feo si se hace con amor. Ven, acompáñame al sillón, que quiero que veamos un video juntos. 

-Uhhh, entonces me amas muchísimo, porque jamás te quejas. 

Bebió un sorbo y colocó en el buscador “Hoy te toca ser feliz”, de inmediato ella preguntó. “¿Te gusta mago de Oz?” y él respondió: “ A vos no”. El silencio reinó por un instante hasta que las luces de los faroles se encendieron del otro lado de la ventana. “Respira Roberto”, se dijo. Helena insistió en la pregunta. 

-Roberto Machado, sabes que odio que te quedes como mudo. 

-¿De verdad quieres saber?

-No, sólo de joda. Claro que sí, de sobra sabes que solamente pregunto cuando no sé. Quiero conversar tranquilamente, y cuidado con querer desquitarte conmigo lo que esos pobres diablos te hicieron.

-A ver… entonces te lo diré…

-Ya mi amor, pero antes dime otra cosa. ¿Te gustó el café?

-Está riquísimo, mi cielo. 

Roberto Machado empezó a poner ejemplos de personas cercanas, pues sentía que la única manera correcta de enseñar era mediante las parábolas. Así que primero mencionó que conocía un sinfín de hombres, principalmente hombres, que nunca fueron ni medianamente buenos en la escuela, en el colegio y menos en la universidad, de hecho, algunos se graduaron, casi a la fuerza, después de diez años. Éstos, paradójicamente se burlan de la educación privada por todos los temibles medios digitales de comunicación y arrojan al vasto mundo de sus amigos virtuales un arsenal infinito de resentimiento y estiércol. Otros, en cambio, se pintaban la cara de vampiros y vapuleaban constantemente a todo aquel que no disfrute de chillidos guturales a los que consideran firmemente el grado más elevado del canto intelectual. 

-Yo también conozco a muchos así- dijo Helena, con la mirada perdida frente al muro del pasado. 

-Claro pues, ¿no te acuerdas de Carmelo?

-¿Ese “man” sería tu compañero? Me parece que se graduó mucho después de mí. 

-Ajá. ¿Lo entiendes? Recuerdo que una vez lo escuché decir que la universidad es una cárcel y que los profesores “le quedaban corto”, pero ahora, madre mía, defiende la educación pública a capa y espada. ¡Cuántas veces no ha destilado su desprecio  a los muchachos de la UDLA, pero al mismo tiempo repetía semestres como loco en la Universidad Central! 

-¿No es el mismo que odia a los españoles con vehemencia, al punto de festejar el vandalismo a los monumentos, y que cada año viaja a Madrid a visitar a su mamá?

-Ajá, el mismo, el mismito que se viste con la camiseta del “Che” marca “Adidas”. 

-Quizá porque cree que Adidas es una marca de Alemania del este ¿Serás “pana” de ese triste hombre?

-No, pero un día creí serlo. Perder a esos amigos es, en realidad, conservar a los verdaderos. 

-Ahora creo que está metido en la política. 

-Siempre ha estado, sólo que ahora, que ya abandonó la “muerte blanca” tiene tiempo completo para burlarse de todo aquel que no sea adorador de Mariátegui. Es más, para él, sabes, hasta parece chiste, pero todo el que no es comunista es fascista. 

-¡Qué ridículo! 

-Totalmente, pero la cosa no termina ahí, recientemente publicó que le interesaba dar asesorías vía Facebook sobre jurisprudencia a un abogado medio famoso, por supuesto, el ofrecimiento era mordaz y obviamente falso. 

-Pero, ¿es abogado ese “man”?

-¡No!, ¡qué va a ser abogado!, lo que sucede es que vive lejos de la universidad y tiene un poco de tiempo para leer en el bus. 

-Entiendo, ¿y en qué trabaja?

-En nada, la mamá le manda “plata” de España. 

-Pero si él es descendiente de Huáscar, creo. Cómo es posible que acepte ayuda de su mamá que vive en España, por cierto, ¿en qué trabaja ella?

-Parece que efectivamente lo es y por eso acepta el dinero; en su pensamiento se imaginará que recupera el oro que se llevaron de los Incas, a un plazo diferido a cuarenta años, claro. Ah, su pobre mamá es sirvienta. 

-Bueno y, aparte de ser un marxista capitalista, ¿qué hace?

-Pues a ver, lo que sé, es que también labura como crítico musical.

-¡Wow! Aquello resulta interesante, pero, ¿de qué género?

-De Rock, aunque lastimosamente no entiende que el Rock es libertad. Una vez que me puse a tomar con él lo escuché decir que cualquier grupo que no sea brutal es pésimo. 

-Oh ya, entiendo, entonces, ¿si una banda no es estridente no vale?

-Exactamente. 

A Helena le picaban las manos por adelantar “Hoy te toca ser feliz”, aunque en realidad disfrutaba de la canción. La modernidad envilece el tiempo, o, lo que es lo mismo, apresura cualquier final de manera desesperada; los finales, creía Roberto, son hermosos siempre y cuando se los llegue a disfrutar con la calma y el respeto que presupone las sensaciones que deja cualquier historia magnífica. 

Antes de irse a dormir, Helena entró al baño por última vez en el día, se miró al espejo y caviló sobre todo lo que había escuchado. Un aire helado entró por la hendija de la puerta y recordó de pronto que Roberto no había respondido.

-"Ves cómo eres". No contestaste.

-Claro que me gusta.

-¿Entonces por qué ya nunca los escuchas? ¿Te da vergüenza?

-No es eso, lo que sucede es que ya me sé todas sus canciones. Si ahora las escuchaste, es porque no encontraba otra forma mejor para decirte que te amo a tal punto que quiero que formes parte de mi pasado, así como lo haces en el presente.

-Y del futuro...

-Es obvio que sí. Cada vez las redes me atrapan siento que me contamino. Intento con esto demostrarme que no soy tonto solamente porque no comparto su economía del odio, que, para decirlo de otra manera, es lo que rige el comportamiento de los ignorantes de siempre. 

-¿Economía del odio? 

-Así es. Generar algún tipo de satisfacción por medio del odio que excretan cada vez que teclean alguna cosita. 

-Será que se creen rudos. 

-Eso, se creen, porque no importa como luzcan, tengo la certeza que si se enfrentaran conmigo en una pelea de boxeo, perderían, no sólo las muelas, sino la arrogancia.

-Ash, es que tú eres boxeador y ellos a duras penas se pueden subir los pantalones hasta la cintura. 

-Por eso pues. Y te aseguro que eso buscan, como dicen: “Golpean al lobo hasta que muerde, para poder decir que es el malo”. Y no me dan miedo, sabes, sólo un iluso piensa que la violencia es únicamente característica de las malas personas. Lo dicen porque no saben de historia.

-Comprendo, comprendo, ahora dime: ¿Por qué te gusta esa canción?

-Es simple, porque no me avergüenza la adolescencia que viví. 

Roberto Machado empezó a narrar una historia en la que Juan Miguel (su mejor amigo) y él fueron felices mientras un éter de ilusiones los envolvía sobre el sillón de la sala, en el silencio de una tarde llena de bosques oscuros, hadas enamoradas, afables magos y brujas violinistas. 


FIN


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

La Sombra [Cuento] Jorge Santtori

De Hiel y Brea

El último de los Comienzos