La Sombra [Cuento] Jorge Santtori
El viento que ululaba entre las ramas del bosque empezó a filtrarse por la hendija de la única ventana. La luna besaba el espejo. La luz que pintaba era azul; lo que me llevó a pensar que los muebles en mi habitación estaban dibujados a pluma. Antes de que las sábanas me soltaran, una sombra cruzó. Raquel seguía dormida, inmutable. El escándalo de la noche anterior tenía sabor a mentira. ¿Los gritos fueron reales?
Salí de la habitación. Tomé una pluma sin saber por qué y la guardé en el bolsillo del pijama. Caminé descalzo, sin que los pedazos de vidrio afectaran en algo el rumbo de mi natural cojera. La puerta de la otra habitación, se lo juro, se abrió sola. La bruma se adhirió al tapiz de las paredes, formando una película acuosa que reflejaba el azul. Presa de pánico miré dentro de la cuna del bebé. Respiraba. De sus labios, el alma se le fundía tiernamente con el frío de la madrugada. Lloré sordamente al pie de los barrotes. Su piecito estaba sin media. Estaba vivo. Lo único puro en mi mundo aún respiraba. Señor cura: no merezco el pañuelo, no merezco ni que esté.
Cuando cubrí con una camiseta sucia el cuerpo de mi hijo, entendí que debía salvarlo. El sol iba a salir en un par de horas y la luna se marcharía, pero heme aquí, hablando con palabras infértiles, dándole asco con mis mocos, dándole repugnancia con mis lágrimas. Usted me odia, a pesar que lo disimula bien.
Supongo que la primera vez que pensé en la muerte de mi hijo fue cuando tenía dos días de nacido. Los pensamientos que me asaltaron con las zarpas de una bestia salvaje fueron igual de brutales que el ruido de las balizas cuando pasan de improviso y nos arrancan del sopor de nuestras abstracciones. Me vi, no sé el porqué, dándole un golpe seco en el rostro. Más de inmediato cerré los ojos y con sumo cuidado lo regresé a la misma cuna donde la sangre empieza a secarse.
No es tan fácil sabe…, matar a quien se amó. Pero es placentero; genera paz. Matar es brutal. Sin embargo, el hombre ha matado a quien ama desde el inicio de la creación, e irrisoriamente ha logrado sobrellevar una vida sin culpa. Sí, espere, ya sé que usted no vino a escuchar reflexiones banales sobre el asesinato, pero entiéndame, no sé explicarme de otra manera más que con la precisión compulsiva del demente. Pero bueno, ya, al grano; como le gusta.
Yo la maté, simón. ¿Sabe cómo? Le apuñalé la espalda, le apuñalé la cara, le mordí los dedos… ¿Así le gusta ah, hijo de puta? ¡Cerdo! Ustedes violan niños, roban a las ancianas, prostituyen sus iglesias dejando que gente sin alma pise las cúpulas con las mismas patas con las que se limpian el excremento de perro. La maté, maldito hipócrita, porque Raquel asfixió a mi hijo, por eso la maté. ¿Soy un héroe, mamá?, defendí a un inocente. ¿Soy un hombre, papá?, vengué a la familia. Soy un mierda, que luego de tapar con una camiseta sucia a mi bebé, entré en la habitación de junto a buscar una focha. Cuando volví por él, la cortina de humo era espesa, así que en un principio no distinguí a Raquel mientras soltaba el cojín. Mi bebé nunca lloró. Fue valiente, fue valiente, padrecito.
¿Cómo pudiste, Raquel?; Mi mundo era mi hijo, mi vida era el tiempo que trabajaba por él y por vos, maldita. Estás en el infierno revolcándote con Satanás; poseída por la ira y también por la locura, la locura que sentí yo cuando te vi con la mirada perdida mientras caía el cojín. Las velas negras y los gallos sin cabeza por fin te sirvieron, ¿no? ¿No buscabas a Satanás durante las noches de conjunción, ah? Ahora estás a sus pies, ultrajada y rota, maldita.
Sí, padre, tuve sexo con ella después, junto al cadáver de mi hijo. Me odio por eso. ¿Se lo cuento también, ah viejo morboso? Raquel se despojó de lo poco que llevaba encima. Me envistió con una fuerza descomunal. Me mordió los labios hasta hacerlos sangrar. Dopado, correspondí su calor con infamia, hasta que ya no pude salir. Luego de unos segundos, el frío se apoderó nuevamente de la casa, y esa sombra se extendió por la pared tras la cuna. Entonces lo vi, tenía dientes, tenía rostro. La lujuria dura hasta que el terror nos paraliza.
Y Raquel, señor cura, se incorporó como si nada. Ella sonreía mientras la sombra la cubría. Ambos pretendieron envolver el cuerpo de mi hijo, pero no lo lograron, porque el recuerdo de los insultos del día anterior regresó a mi memoria con tal violencia que no pude soportar más estar en presencia de quien defeca humillaciones por la boca. Soy cojo, pero un cojo también puede matar, ¿sabe? Saqué la pluma de mi bolsillo y me arrojé cual bestia salvaje contra su famélica humanidad.
Su aroma no se va, su aroma me llama. Usted huele a ella, ¿sabe? Lástima que no tenga una pluma cerca. Padre, ¿por qué Dios me ha abandonado? ¿No quería yo salvar a mi hijo, mi bebé, un angelito de Dios? Y usted, de todas maneras, ¿qué hace aquí? Padrecito, padrecito… ¿qué mierda hace usted aquí, padre? Vos. ¡Qué haces aquí! Te fuiste con ella ayer cuando la maté. ¡Padre! ¡Padre! Dios mío, qué he hecho…
*FIN*
Comentarios
Publicar un comentario