VEN
«Esta Cenicienta si me gusta», pensó, o, mejor dicho, creyó que pensó. Luego de que ambos rieron por unos segundos, ella sacó un papel de la cartera donde escribió su número con el bolígrafo mordido y sin tapa que el estudiante le entregara sin vergüenza y sin entender el para qué. La Clau, besó el papel y se lo extendió con malicia, más que con esperanza. El estudiante tomó el papel y empezó a copiar el número en el celular. Y algo extraño ocurrió, pero no le dio importancia. Guardó el papel en el bolsillo de la camisa y se marchó guiñándole un ojo. «Este guambra de miércoles, cómo se atreve», dijo ella sin intentar siquiera contener la felicidad.
A la noche, luego del trabajo, la Claudia notó que tenía un “WhatsApp” de ese guambra. Lo ignoró, desde luego, aunque le dio ganas de decirle: «Ven, te invito a escuchar un disco», pero ya no tenía discos y ya nadie invita a nadie a escuchar música o, lo que es lo mismo, a compartir el silencio de las voces y a contemplar sin apuro las ondas de la mente que crean mediante leves tarareos partículas en el corazón. «Ahora todos actúan como si fueran policías moderno o de la moral, que al final termina siendo lo mismo…» pensó.
Del otro lado de la ciudad, en un barrio llano, el estudiante miraba la luz de los edificios; suponiendo cual era la casa de Claudia. Como no obtuvo respuesta, hizo algo estrafalario para esta era: la llamó con saldo. Pero no tenía saldo, así que bajó a la sala donde la abuela aún conservaba el viejo teléfono de ruleta perforada. Y la Claudia contestó, extrañada por supuesto.
-¿Para qué me diste el número si no ibas a contestar? -preguntó él.
-Para que me llamaras, pues. ¿Quieres venir a escuchar un disco? Te invito una canción. Pero ven ahorita, que hace frío y me duele esta ciudad y sus chismes. Esta ciudad que es Capital, pero que a ratos parece un pueblo inmundo.
-El estudiante hizo como que entendió y solo atinó a responder…
-Ahorita voy, mándame la ubicación, por favor.
-Anota, contestó ella: Suiza y Checoslovaquia. Edificio Rembrandt. Piso tres.
- ¿Y esto dónde queda?
-No te la voy a hacer fácil. Vas vivir aventuras maravillosas, pero sólo si dejas de lado la vaguería. -Respondió Claudia mientras pensaba en lo odiosa que resulta esa palabra- ¿Vienes o no?
-Ahoritita voy.
-Chévere. Te espero con frío entonces.
-No tendrás cobijitas, pensó, o bueno, creyó que pensó.
-Sí tengo, pero no las vamos a necesitar, guambra mudo. -Pensó, o bueno, creyó que pesó.-Serio, una pregunta. ¿Por qué me llamas de este número, es un número convencional. ¿Vives cerca de allí o…?
-Es el número de mi casa, por lo visto lo conoces.
-Sí, contestó Claudia.
Hubo un breve silencio en el que ambos pensaron desandar el camino de las utopías. Sin embargo, y por suerte, se antepuso un súper segundo de locura y él recordó eso de las aventuras maravillosas y dijo: «Hay que dejar de lado la vaguería, es verdad, pero también el miedo».
-Ven, entonces. No tardes. -Repuso Claudia. Y la llamada terminó.
El estudiante salió de la casa sin bañarse; así, con el mismo uniforme, tal y como estaba desde la mañana, sin lavarse la boca; boca que en la tarde había besado los labios de una guambrita del “Colegio La Providencia”, boca que más tarde había mordido los labios de otra guambrita del “Colegio Simón Bolívar”, boca, que estaba con restos de sangre por la pelea que tuvo antes de llegar a casa muerto de hambre y muerto también de ganas de conectarse al “guayfay”, para escribirle a esa diosa bermeja de ojos verdes y tanga de animal-print. La boca que aún tenía el sabor del ultimo Bon-Ice del día en breves minutos estaría revoloteando en los labios abiertos de doña Claudia, la secretaria favorita del vicepresidente de la República del Ecuador, mejor conocida como la moza más querida del vago más buscado.
Ya en la calle, desde un balcón ajado, la abuela salió en camisón de fantasma para gritarle:
-Mijo, ¿a dónde vas y sin plata?
- Serio, chch. A donde el Juan voy. ¡Quésf mamá, cómo sale usted!
-Es que me preocupo, pues. Toma, agarra.
En el instante de asir el billete por sus arrugas, la voz de la abuela preguntó:
-Por cierto, ¿con quién hablabas, verás que el teléfono me sale carísimo.
-Ay mamá. ¡Quésf!, si nadie habla por ese aparato. Era la Claudia, la mejor amiga de mi tía Malú.
- ¿Con esa te irás?, guambra puerco. Bueno, al menos verás que te dé un puestito.
- ¿Puestito de qué, ash mamá. La bendición, la bendición. Y ya entre, que luego está que le duele todo.
- ¿Yo? Ni que fuera vos. Dios te bendiga. Irás con cuidado.
-¿Cuidado?, quésf, si a mí nadie me roba. Mi barrio es Quito.
-Ve Tarzán, no lo digo por eso; lo digo por ella. Después de hallar a una mala mujer, no se vuelve a ser el mismo. Y cuídate mijo de siempre ser vos mismo.
-Ya mamá, entre, por favor. Ya regreso.
El estudiante caminó por dos horas para que la carrera del taxi le calzara exacta al único billete que tenía en esa billetera donde había tarjetas de ¡Yugi-Oh! en lugar de cédula de identidad y papeleta de votación. Le dio la dirección al taxista, y este, como sentencia inconsciente de que un taxista está siempre a una persona de cualquier persona, contestó: «Sí, conozco bien la dirección. No me va a creer, pero justo ahorita vine dejándole al Vice Presidente allí. Primera vez que le escucho la voz a ese vagazo». «Yo tampoco le he esuchado, ¿cómo es?». «Voz de meco tiene, ah, ah…».
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