Conquest of Paradise
Un niño flaco, como un gato esmirriado, con la camisa del lunes por fuera del pantalón entró al cuarto de su tío; un lugar oscuro y lleno de libros, y le preguntó:
- hola, hoy pasó algo, y te quería preguntar: ¿Cuál es, tío, la diferencia entre enemigo y adversario?
-comúnmente erramos al creer que el sujeto al que la razón esquiva se encuentra solo. Al enemigo se lo destruye, al adversario se lo respeta hasta la muerte.
- ¿y por qué?, ¿cómo distinguirlos? - preguntó el niño muy intrigado.
-porque sin ellos la vida no tendría sentido, seríamos robots o animales. Tranquilo, ellos piensan lo mismo. El uno cree que eres inferior, el otro te considera su igual.
-es que no sé, en la escuela hay un niño que siempre me quiere pegar.
- ¡Debes enfrentarlo!
-pero mi tía Pochita dice que no debo pelear, que la violencia es mala.
- por eso los malos se aprovechan. Mira, los buenos al igual que los malos también luchan, la diferencia radica en el motivo, y la defensa es siempre válida. Si peleas debes ganar; un hombre de verdad jamás busca pelea, pero siempre está preparado para vencer en una.
- ¿y si no peleo y mejor le aviso a la señorita?
-alguna tarde, la señorita estará en su barrio y tú estarás solo, entonces la ira de ese niño, motivada por la venganza será terrible, lo mismo pasa con la policía, no siempre van a llegar a tiempo, de hecho, no siempre estarán. Para ese niño tú eres su enemigo.
- ¿cómo lo destruyo?
- ganando para siempre.
- ¿cómo? Si yo soy pequeño.
-mañana nos vamos a correr a las cinco, después te ensañaré a luchar.
- ¿y si no soy bueno? ¿Y si me pega?
- en el último instante, Coquito, cuando sientas que no puedes más, debes acordarte de que yo tuve un tío como el tuyo; fenomenal. Mi tío Tarquino era un hombre tan fuerte que les cogía a los toros por los cuernos y les doblegaba hasta ver que sus barbas tocaban el piso. Él es el papá del Pancho y del Pablo, de los que tanto te he hablado; hombres duros como los que todavía hay, aunque pocos, en Imbabura. Debes acordarte también del Armando, del Vinicio y del Chorock, esos hermanos a los que la policía y el ejercito curtió su carácter al punto de tener las manos como piedras, tanto así que, en Otavalo, unos les respetan y otros les tienen terror. Todos ellos te quieren, ¿sabes por qué?
- no tío, no sé, y no deberían, soy flaco y pequeño.
- no mijo, ellos te quieren porque eres valiente.
- ¿cómo valiente?, si tengo miedo – repuso el niño con la mirada gacha y la voz casi quebrada.
- ¿y? el valor no es la ausencia del miedo, sino las ganas de vivir sin él.
- ¿y si me gana?
- no lo hará.
- ¿cómo sabes?
- porque tienes la sangre de nosotros, y aunque no tengas el apellido, vos también eres Almendáriz.
- ¿y si mejor le ignoro hasta que se canse de molestarme?
- vendrá otro y otro y otro y otro...
- ¿entonces siempre voy a pelear?
- y cada vez que lo hagas recuerda que no estás solo, que yo siempre voy a estar presente como la voz que te recuerda que vienes de una familia increíble Coquito, increíble, y que por lo mismo, siempre debes ser el mejor; solamente los mejores conquistan el paraíso.
- pero tío, no me gusta pelear.
- y justamente por eso, debes defenderte. Imagínate que algo malo le pasa a la Sophiita, vos eres el hermano mayor, ¿cómo le vas a cuidar guambra si no sabes hacerlo?, ¿o al Millito?, peor todavía. Vos mijo, debes aceptar que los hombres, lejos de lo que digan esas brujas, amamos sobre todas las cosas a la familia. Fíjate en papá, ¿crees que él va a dejar que le pase algo a tu mamá o a tus tías o a mí?
- no, claro que no.
- ¿por qué “a ver”?
- Porque es bien fuerte, y porque los ama.
- exacto mijo, el amor es el alma del bien. Cada vez que alguien te quiera lastimar, acuérdate de papá, si quieres no te acuerdes de mí, pero acuérdate de él, y vas a ver cómo nunca pierdes.
- pero él no es Almendáriz.
- no, pero es Rodríguez, o sea que vos tienes, por tu mamá, la ventaja de las dos familias.
- tienes razón. Mis tías también son bien valientes.
- claro coquito, son mis hermanas pues, y ¿cuándo “les has” visto con miedo?
- nunca, es verdad.
- ya, entonces mañana te voy a ver a tu casa a las cinco en punto de la mañana. Le dices la tía Pochita que te compre una libra de máchica, cinco huevos y diez centavos de guineo, creo que vienen doce o trece, mejor “una mano” de una vez. Cogemos todo y hacemos un batido fenomenal.
- ¡ay no!, ¡qué feo!
- ¡qué loco guambra! si es lo mejor que hay. Eso tomaba yo cuando entrenaba con el Ricardo Crespo y el Edmundo Tafur.
- ya, bueno tío, mañana entonces nos vemos a las cinco.
- bueno Coquito.
- Y… ¿me vas a contar cuando quedaste campeón nacional de lucha olímpica?
- ¿otra ves querrás que te cuente? Ja, ja, ja… ya te he contado mil veces esa historia- le contestó el tío con una carcajada estentórea.
- sí, lo que pasa es que me gusta mucho escucharte, y algún día quisiera escribir la historia del Quijada egipcia, del Edmundo Tafur, del Ricardo crespo, del Eduardo Vallejo, del Alex Ruales, del Widman Mesa, del Patricio Guerrero, del Otilio, del Patacumbia, del Chorock, del Pablito, del Panchito, del Vinicio, de mi tío Armandito y claro, de vos también, porque de todos, vos eres el mejor y porque te quiero mucho. Para mí, todos ustedes son como Deífobo, Diómedes, Calcas, Teucro, Ajax, y tú como Ulises, o sea, los personajes de un libro fantástico.
- yo también te quiero mucho Coquito. Pero ve, ahora que dices esto, ya sé quien se me ha llevado la Ilíada, y no, yo sería como Héctor.
- el nombre de mi abuelito.
- “también yo pues guambra”.
- sí, bueno, te confieso que el libro está en mi mochila, como no tengo amigos, siempre me llevo a la escuela para leer en el recreo. No me lo quites ahorita; despuesito te lo devuelvo.
- está bien, está bien, cuídale mucho nomás, “verás” que es un librazo.
- ok tío, entonces mañana nos vemos. Chao.
- espera, espera… a vos que te gusta leer; toma, te regalo este libro, se llama: Las Catilinarias.
- Dios te pague tío Edmundito, ¿quién es el autor?
- Montalvo.
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