Mejor que yo
No contaba más que con siete meses. Tenías manos juntas como rogándole al cielo por techo. Unos ojitos negros brillaban dentro de la casa sin luz mientras las cobijas de la tía Pochita lo envolvían tiernamente. Duraron pocos años siendo hermanos. En la víspera de una navidad sin nombre se convirtieron en amigos, y en el ocaso de la vida, otra vez, Ángelo Miguel y José Pedro fueron uno con el viento. Un sábado a la tardecita prendieron las motos y se fueron a Otavalo. Las estrellas reflejadas en el Lago les dieron la bienvenida a una tierra tan hermosa como mágica. Se hospedaron a la orilla del muelle. Y las guitarras de las carpas cercanas les hicieron llorar. Al día siguiente tomaron su vasija de barro y emprendieron la subida al Lechero. Después de un sinuoso viaje, las cenizas estaban a salvo. Ángelo Miguel era un tipo triste con vocación de sensato, y casi siempre evitaba sonreír para no mostrarse débil; era todo a lo que el orgullo puede aspirar; músico, gimnasta, el mejor estud