Una pasión
Roberto Fontanarrosa dijo, que un intelectual no ambiciona más que mujeres hermosas y buen futbol, y yo le creo. César Vallejo, por su lado, afirmó que los intelectuales son rebeldes, pero no revolucionarios. Con base en estos dos enunciados me atrevo a pensar que ningún intelectual pretende transformar el mundo en un lugar mejor, sino develar los misterios que él mismo no puede entender, para que algún político disfrazado de “pueblo” aplique su interpretación personal hacia sus fines individuales que, dicho sea de paso, casi siempre son económicos.
Borges odiaba el fútbol al igual que Álvaro Mutis, en cambio, Vladimir Nabokov y Albert Camus fueron futbolistas. Si a las masas les gusta el fútbol, hace mucho que ha dejado de importarme, como muchos debates contemporáneos que no cambian el rumbo de mi vida. Ahora bien, imaginarse intelectual porque no se entiende el fútbol es indiscutiblemente una burrada, así de simple.
Pero dejaré las elucubraciones y me enfocaré en la simpleza. A mis amigos les gusta el fútbol y eso me hace feliz. La pasión no tiene lógica, es decir, es humana y, por lo tanto, real. La pasión es un fuego que irriga los canales del alma. La pasión es la antítesis de la robotización social. El fútbol es pasión.
Claro, existen muchos más deportes, como el ciclismo o la UFC que tan de boga están en el Ecuador. Todos mis amigos futbolistas y amantes del fútbol los siguen con la misma euforia que se suda en un partido de finales, sin embargo, como tenemos una mentalidad enmarcada por el regionalismo, muchos piensan que debemos escoger. Juan Cueva es el tipo más “salado” del mundo y, supongo, por esa razón intenta enfrentar el sentimiento por una selección enarbolando el triunfo de otro deporte. Siempre le mandan al diablo y por eso me da un poquito de pena. El otro día publicó lo siguiente:
“Es verdad por solo pensar mucho en el fútbol, no nos fijamos en las otra ramas deportivas que nos dan más alegrías, por eso desde este fin de semana a estar pendientes del Tour de France.
A lo que yo respondí:
“Que den más o menos alegría es subjetivo a cada persona. Uno puede disfrutar del fútbol y del ciclismo al mismo tiempo. Los deportes distintos no son rivales entre sí, y menos adversarios. Hay que dejar la dualidad de Dios contra el diablo, negro contra blanco y empezar a explicar la vida lejos de los extremos. Como bien se dice en “El secreto de tus ojos”: "Una pasión es una pasión". Lo que pasa es que hay gentecita que sólo está en las buenas, que nunca antes apoyó al ciclismo hasta el advenimiento de Carapaz, y luego qué... si no gana, ¿lo cambiarán con la esgrima...? ¡Por favor!”
No respondió, seguramente porque estaba enfrentando al perro con el gato. En fin, La falacia de pensar que el fútbol debe ser enemigo de “algo” es miserable. “Peleemos por los derechos sociales en lugar de ver un partido”, se suele leer. “Un médico debe ganar más que un futbolista”, por otro lado, a lo que yo me pregunto dos cosas: “¿Acaso no se dan cuenta que los países libres tienen selecciones fuertes o al menos atractivas, y que los derechos se pueden obtener sin renunciar a un deporte? ¿A caso que los futbolistas trabajan por el estado o que todos los médicos prestan servicio en el sector público?”
Entonces nació la idea de escribir el intento de una editorial, que luego que el sentimiento doblegase la técnica, terminaría siendo un cuento extremadamente escueto.
Una pasión
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En un principio era suficiente las chompas del colegio y una botella aplastada. Luego fue la pantalla gigante, las rubias con jeans celestes y camisetas apretadas, las jirafas, las papas gratinadas y los bares de la Foch. Hoy basta y sobra la parte trasera del mostrador de una licorería para tomar cerveza y ver en la tele a Messi. Alex o Alexín si prefieren es zurdo, pero en política, y a mí me eso importa un carajo, porque le quiero mucho. El Chava es el mejor 5 que he visto, siempre se lo digo, pero eso tampoco importa, porque el tipo se concentra tanto, que la vanidad no tiene cabida. El Juanmi la mueve casi sin rodilla; y aún así mete más huevos que Higuaín. Tuve un alumno, Juan Carlos, el flaco jugaba como el Enzo. Mi hermano fue quien me enseñó a patear en un potrero de “Ana María”. El Julito se hizo un golazo que toda la facultad aplaudió de pie. El negro quedó con el ojo morado cuando le metí un cabezazo después que pasamos a cuartos. Y tengo más, todos tenemos más, como la vez que me comí ocho y cuando atajé el ultimo penal y pasamos a semis. Cuántas tardes de lluvia mi mamá puso en la lavadora las medias enlodadas. Cuántas veces doña Lore nos dio de comer a todo el equipo. Cuántas veces lloramos. Cuántos abrazos. Cuánto besaron esas rubias. Cuántas veces guardamos silencio y cuántas veces, luego de perder, dijimos: “si les ganábamos…”.
Hace tres días un amigo poeta pronunció una sentencia contra Martínez. Para él, “era un arquero bocón, que fue una ilegalidad hablar antes del disparo”. A mí me dio pena como se ha llegado a confundir un jugador con un delincuente, pero aquello es el reflejo de esa perfección social que nos insertan todos los días por la aguja hipodérmica del internet.
A pesar de eso, y pese a quienes pretenden robotizar el fútbol, creo firmemente que mientras existan dos chompas y una botella aplastada, habrá esperanza. Como dice Morales: “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, ... pero hay una cosa que no puede cambiar… no puede cambiar de pasión”. He llegado a la conclusión de que es imposible entender una realidad sin fútbol y peor aún, un futbol sin Latinoamérica. Y quizá esta pasión social es el último reducto de realidad que tiene la vida, antes que el Var y los poetas la arruinen del todo. Mientras tanto, vení pibe, vamos mijín, apura mi causa, dale chamo, dese prisa parcero, te espero cumpa, mueve angirũ, vamos ver e depois vamos jogar futebol.
FIN
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