Antes de la Luz



Empecemos -me dijo- a vivir lejos del ruido. Busquemos una casita rústica a las afueras de la ciudad. ¿Nunca te conté lo mucho que me gusta el valle? En los senderos empedrados, la luna se acuesta a descansar, y así, totalmente desempañada me ha mostrado la puerta de calle en medio de las madreselvas. Tendremos un estanque -continuó- donde derramarás el hierro y el oro, y así, tan limpio como antes de la luz del trailer, junto al estanque podrás tumbarte al sol de las dos de la tarde sin urgencias y sin reciprocidades. Pero... ¿Nos visitarán nuestros hijos o  nuestros fantasmas? -preguntó. 

No, todo está bien. Ambos, ambos nos vendrán a ver. Y no importa, porque soy capaz de recibirles con los brazos abiertos con tal de no verte triste. No llores por favor. -contesté llorando sin lágrimas, para adentro, como lava que no sale por el cráter.  

Llora nomás. -me dijo- Llora conmigo, y que sepan que no estoy loca. Llora por mí, porque yo no tengo ya más lágrimas que evaporar. Incluso creo que las flores están hartas de mis lágrimas. 

Hoy no, aún te debo cuidar. Pero si te me vas... -le contesté- te juro que marchitaré las flores porque no habrá un día que no te recuerde, igual que no hay día que no le pida a Dios te quite la tristeza y me la guarde a mí. 

Mejor pídele a Dios que los traiga de vuelta -repuso gritando- Dios todo lo puede.

¡No! -grité también-  ¡Ni Dios puede cambiar el pasado! 


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