El Padre y el Héroe
Abandona las sábanas el padre que tiene miedo, que llora solo, que no sabe qué hacer. Y se sumerge por la nube de suspiros que flota desde la cuna. Y afuera llueve como hace años, desde que era pequeño, no llovía. Desciende de la nube hasta el rostro tierno del héroe. Los héroes no siempre son mayores, piensa. Mi héroe tiene sesenta días, musita. Y el padre lo besa en la frente y en la bruma el héroe abre los ojos en búsqueda de un color. El héroe sonríe y piensa, aunque sin palabras: Sonreír es lo único que tengo para dar. El padre piensa: Tu sonrisa es lo mejor que alguien me ha dado jamás.
Salen de la nube y se sientan en el sofá. Mamá está dormida en el otro cuarto, así que no llores, por favor, tu tetetita está casi lista; una tetita rica que te gustará, le dice el padre, y el héroe no ha dejado de sonreír. Sonreír es todo lo que puedo dar, piensa. Se levantan lentamente y salen del cuarto. En la cocina hace un poco de frío, por lo que el padre se lamenta. La sonrisa cambia a un gesto intelectual. Él será mejor, sueña el padre. Toman el biberón del microondas y regresan mirándose.
Toma una manta y le tapa las piernitas. Con dificultad, acomoda el biberón sobre la manta para cercarse las lágrimas. La luz del farol, que de fuera les llega, abriga la madrugada. El padre enciende una vela y le reza a Dios mientras el héroe, con los ojos redondos, siente amor. Sonríe de nuevo, a pesar de tener el biberón en la boca, y guiña los ojos. Y guiña otra vez los ojos y el padre le besa las mejillas.
Si te duermes pronto, mañana te canto “Vuelvo a ti”. Te gusta Manolo Otero, ¿verdad? Claro que te gusta. Está bien, está bien, te la canto ahorita. Despacito, el padre susurra el coro sin darse cuenta que, desde el umbral, la madre los observa con una cobija para el padre. Decide, sin embargo, regresar a la cama. No quiere terminar con la magia que irradia la mirada de ambos.
Te tomaste todo, qué tragón eres. Mejor mijo, así vas a ser más alto y fuerte que yo. Ahora te voy a sacar los gases, ¿ya?. Ya sabes, nada de hacer bulla, porqué mamá sigue dormidita, y si le despertamos nos pone a barrer la casa. Con suavidad lo toma por la nuca y lo coloca sobre el hombro vacío, el izquierdo. El héroe gira la cabeza y la mejilla derecha se posa en el padre. Empieza a entrar en el país de las hadas, pero antes, expulsa maravillosamente dos gases seguidos. El padre se ríe. Mira al techo y susurra: Ahora mis victorias no consisten en salvar a la gente, sino en sacarte los gases. Ya pasó mijo, ya no duele. Ahora a dormir, pero no te duermas pronto, que aún no me escuchas la canción más linda de Perales.
El héroe lo mira sin saber qué pensar. Ha agotado su noción del mundo y se siente cansado. Pero sabe que mañana (sin saber lo qué es el mañana) le regalará al padre una sonrisa más larga. Se duerme escuchando a Perales y el padre le da la bendición. Regresa al sofá y de nuevo tiene miedo y siente ganas de llorar. Intenta ir a la cocina a preparase un café, pero no quiere hacer ruido, así que se detiene y regresa a la cama.
Me han dicho que no, comenta. Ya no tengo carpetas para dejar en ningún otro trabajo, prosigue. Les he fallado, finaliza. Tranquilo, escucha. Te calenté la camita para que descanses mejor, escucha. Eres nuestro héroe, ¿lo recuerdas? Perdiste el brazo por salvarnos del fuego, escucha. Alguien te dará trabajito. Un hombre como tú no puede ser destruido, ¿lo recuerdas? Perdiste el brazo, pero aún caminas. Los héroes siempre caminan. No, contesta, el Héctor es mi héroe, por él no me rendí, por eso le puse ese nombre, dice. Yo pensé que era por tu abuelo, escucha. Es curioso que mi abuelo siempre haya sido mi héroe y ahora lo sea mi hijo, dice. Entonces sí le pusiste así por tu abuelo, escucha. Sí, también, finaliza. ¿Te puedo dar un besito?, escucha. Siempre, contesta. Y los besos fueron más de uno, y donde no había brazo, había besos. Y los besos se detuvieron en los párpados felices de los dos. Mañana dirán que sí, dijeron ambos al mismo tiempo de sonreír. Y recomenzaron los besos que luego se guardaron en aquella habitación, mientras que en la del héroe la paz reinaba en los peluches, los chupones, los pañitos, y afuera, los eucaliptos bailaban con el viento, bajo un Quito con el cielo limpio y estrellado, perfumando las calles para los primeros colegiales.
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